El uso abusivo e intencional de la palabra “Estado”

En Portugal, prácticamente todos los días salen noticias en las que, en el título o en el contenido, se encuentran expresiones como “El Estado atribuye”, “El Estado ofrece”, “El Estado pone a disposición”, “El Estado permite”, “El Estado beneficia”, “El Estado asiste”, “El Estado vigila”, “El Estado castiga”, entre otras de la misma naturaleza.
Este tipo de expresiones lleva a cualquier persona común a considerar que la palabra “Estado” representa o significa, simplemente y sin mayores complicaciones, una gran entidad que nos maneja, cuida, guía, educa, castiga, siempre en un tono paternalista.
Este uso del término «Estado» en los términos antes mencionados es frecuente entre algunos (o incluso la gran mayoría) representantes de organismos políticos, ya sean miembros del Gobierno, la Presidencia de la República, miembros de la Asamblea de la República, jefes de órganos de gobierno local e incluso funcionarios de la administración pública. La gran pregunta, al respecto, es si se trata de un hábito ya arraigado en la mentalidad de estos individuos o si este uso es intencional (y abusivo, como explicaremos más adelante).
Retomando los conceptos con la ayuda de diccionarios antiguos, la palabra Estado significará, en el aspecto que analizamos, «un pueblo organizado social, política y jurídicamente, que, con su propia estructura administrativa y gobierno, ejerce soberanía sobre un territorio determinado». También puede considerarse como «el gobierno, la máxima administración de un país» (1). En un análisis más jurídico, el concepto de Estado puede significar «...una colectividad territorial en la que se establece un pueblo, gobernado por un poder político soberano, cuya actividad institucional, ejercida en el marco de un sistema jurídico, tiene como objetivo la satisfacción de intereses generales» (2).
Del análisis de la traducción de la entrada o del concepto jurídico de la palabra “Estado”, tres elementos parecen ser inseparables de lo que debe entenderse cuando se utiliza esta palabra: pueblo, territorio, poder político.
¿Por qué la mayoría de la gente, y en particular la clase política, insiste en aislar únicamente el elemento de "poder político" al usar el término "Estado"? Añadiríamos un matiz: ¿cuál es el propósito de estas mismas personas al usar el término "poder político" de forma aún más restrictiva, refiriéndose generalmente a la facultad otorgada a la Administración Pública del país para gestionar los servicios y recursos públicos?
En este contexto, volvamos al poder del lenguaje: en una sociedad como la portuguesa, donde la gran mayoría de decisiones, directrices y planes dependen de la Administración Pública, donde el Gobierno es su máximo órgano de representación y ejecución, donde la sociedad civil tiene escasa influencia, y donde el sector económico privado se encuentra a la sombra y bajo el amparo del sector público, es el detentador del poder en general quien, intencionalmente, está interesado en continuar la tradición de atribuir a la palabra «Estado» su significado común y reconocido. Permitir que estas mismas personas consideren siquiera que ellas mismas —es decir, el pueblo— están incluidas en el concepto de «Estado» podría significar una pérdida o concesión de poder por parte de los gobernantes a sus gobernados, una situación que ningún partido político con responsabilidades gubernamentales, ni a nivel central ni local, parece dispuesto a conceder.
En este Portugal capturado por los poderes, los intereses, las corporaciones, no habrá ningún interés en “sacar” el elemento “pueblo” del concepto de Estado a la esfera de decisión actual, limitándose al voto como única arma, cuya posibilidad sólo surge de vez en cuando.
La mayor influencia de Portugal puede y debe, esencialmente, provenir de cambiar la estructura mental de cada una de las personas que conforman este Estado-nación. Y este camino comienza con el lenguaje, con una comprensión más amplia y crítica de los conceptos, que nos permite elevar nuestro pensamiento y cuestionar lo que se publicita como políticamente correcto. Y no, el Estado no nos da nada: nos damos a nosotros mismos, ya sea a través del trabajo, los impuestos (que solo deben destinarse a funciones relacionadas con la soberanía estatal) y la búsqueda de nuestra propia felicidad (donde la familia es un elemento esencial). Esto a pesar de los constantes intentos de convencernos de lo contrario, tanto abusiva como intencionadamente.
*En memoria de Gustavo Pacheco, liberal valiente y convencido.
Árbitro:
1 – En “Diccionario Enciclopédico Koogan-Larousse-Selections”, Editora Larousse do Brasil, Ltda, Río de Janeiro, 1979, p. 349.
2 – Ver CARLOS BLANCO DE MORAIS, En “Curso de Derecho Constitucional – Derecho y Sistema Normativo”, Tomo I, Almedina, 2022, p. 13.
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observador